El otro día leí un artículo de Rosa Montero publicado el 18
de diciembre en El País, titulado “Malditos sean los tibios”, y me sorprende
que la gente asuma o comparta su contenido, que lo difunda y hasta que le dé un
me gusta. Yo podría dejarlo pasar, pero no es la primera vez que leo u oigo
este argumento, en síntesis: que todos los males del mundo son culpa de los
indiferentes, de los que no se implican, de los que no se oponen a la
injusticia, que estos son lo peor, peores incluso de que los agresores,
asesinos, etc. Un disparate del que reproduzco unas frases:
“Pero los cobardes
morales ni siquiera se plantean abandonar su zona de ensimismado confort. Los
auténticos culpables de que la vida pueda ser tan cruel y de que la Tierra se
convierta en un valle de lágrimas son los tibios de corazón, quizá sean, por
desgracia, la mayoría de los seres humanos, y son quienes no se enfrentan a los
energúmenos, quienes no protegen a los indefensos, quienes permiten con su
callosa indiferencia que el Mal campe a sus anchas. Toda esa gentuza es la
peor. Citas del Apocalipsis,
en donde Jesús dice: “Conozco tus obras, sé que no eres frío ni caliente.
¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres frío ni caliente, sino
tibio, estoy por vomitarte de mi boca”. Siempre hemos sabido que los culpables
del horror del mundo son los tibios de corazón. Malditos sean.”
Primero: Es un disparate decir que el culpable de del suicidio
de un adolescente, el de un asesinato machista o del exterminio de la población
civil siria sean los que llama tibios de corazón, los que no hacen nada para
impedirlo, todos nosotros. No, el culpable es el agresor, el tirano, el asesino.
Son ellos quienes causan el daño, arruinan vidas y socavan la convivencia. Y
razonamientos como este solo hacen desviar la atención, justifican en parte sus
actos (no se hizo lo posible, fallaron las medidas de control, la sociedad me
hizo así, etc), frivoliza con conceptos tan claros como el de culpabilidad, el
dolo y la culpa. No, los malditos son los malos, esos que supongo que Jesús creo
que denomina calientes (o fríos, no, ¿los fríos son más tibios que los tibios?)
¿De verdad es preferible aquel que quema viva a su pareja, el que se come el
corazón de su víctima ante las cámaras, a los indiferentes, al resto de la
humanidad? ¡Por favor!
Dice el artículo 5 del código penal que No hay pena sin dolo o imprudencia. El dolo es la voluntad deliberada
de cometer un delito a
sabiendas de su ilicitud. La imprudencia supone la infracción de una falta de
cuidado o de diligencia de las que resulta o puede resultar lesionado un bien
jurídico. Y luego están los delitos de omisión, que pasan al punto siguiente.
Esto es perfectamente reproducible a nivel social y hasta moral, no es un
concepto jurídico abstracto ni oscuro. Es claro, comprensible y está incluido
en las normas de conducta que nos damos para vivir en sociedad. Aquí no hay
lugar ni distinción para los tibios o los indiferentes, estos no son culpables,
ni jurídica y socialmente, salvo que estén obligados a ello, como lo están
determinados funcionarios públicos, empleados y quienes se encuentren en una
situación en la que les sea exigible una actuación concreta. Son los llamados
delitos de omisión.
Segundo: Además de los culpables podemos distinguir a los
responsables del delito. Y aquí distinguiría dos tipos: Los responsables
civiles, que asumen y sufren las consecuencias de la acción de su perro, hijo,
empleado o alumno. Es una figura legal que solo en algunas ocasiones puede ser
responsable de los actos del culpable, pero que en la mayor parte de los casos
es una víctima más que debe pagar por los actos de otro. Por responsables en
sentido propio hablo de aquellos que por su puesto o conocimiento pudieron
haber evitado el injusto y no lo hicieron cuando tenían el deber (moral o
legal) de hacerlo. Si el deber está determinado en la norma (el médico que no
socorre a un paciente o el policía que no evita un atraco) nos encontramos ante
un delito por omisión. Si no es así, si estamos ante una falta de cuidado o interés como por ejemplo el caso del
profesor que no se preocupa de vigilar el acoso escolar, el padre que oculta las agresiones de su hijo,
etc, podríamos calificar a esas personas de responsables del hecho, no a nivel
penal ni pecuniario, como mucho un reproche social que algunos hasta
entenderían justificado.
Tercero: Y finalmente están todos los demás, el resto de la
humanidad. Los tibios, los indiferentes, los ajenos a la actuación injusta. Los
no responsables, los no culpables. Y todos entramos en ese calificativo de
tibios ¿estamos condenados? No, no somos responsables del injusto, ni en un
proceso penal, ni ante la sociedad. La indiferencia y falta de actuación son
conceptos muy volubles. ¿Qué grado de actuación se requiere para no ser tachado
de indiferente, cual es el nivel de compromiso exigible? Lo adelanto: no tiene
fin ni medida. ¿Es suficiente con acudir a tres manifestaciones al año, apagar
la luz media hora o marcar la casilla de fines sociales en el IRPF? No, tibio e
indiferente puede ser aquel que no impide una paliza de skins, quien no intenta
salvar a un niño de un incendio, el que no cede su segunda vivienda a los sin
techo o no renuncia al resto del sueldo no imprescindible para su subsistencia.
Estoy seguro de que la madre del chico calcinado que intentó salvar a alguien en
una casa en llamas, o la mujer del que recibió veinte puñaladas intentando
evitar una paliza no encontraron consuelo en las palabras héroe o buen
ciudadano. ¡Ah, pero si esos ni siquiera son héroes o personas ejemplares!, solo
eran personas normales en su papel de ciudadano normal, el mínimo exigible para
no ser considerado un maldito tibio.
Y ojo con las actuaciones en defensa del desvalido. Puedes
cometer un delito de retención ilegal, de realización arbitraria del propio
derecho o creer que actúas bajo la eximente de legítima defensa (de un mal
propio o ajeno) y resultar condenado por no cumplir con alguno de los
requisitos. Los justicieros, como los criminales huyen de la policía para no
terminar en la cárcel.
Pondré un par de ejemplos nada dramáticos: Hace poco en las
noticias se aplaudía la actuación de un anciano que se interpuso en la carrera
de un ladrón que corría tras robar un bolso de un tirón. Entendí perfectamente
la declaración indignada de su mujer, preocupada por su vida o su salud. El
propio implicado respondió que lo hizo sin pensar, que fue una acción
instintiva. Yo comprendo al hombre, pero sobre todo a su mujer.
El otro es un caso en el que actué como abogado de la
víctima en un caso de quebrantamiento de una orden de protección derivada de un
delito de maltrato. El dueño de una tienda tuvo que acudir como testigo al
cuartel de la guardia civil, al juzgado de instrucción y al juzgado de lo penal.
Su testimonio no era esencial para el caso, su testimonio puesto en tela de
juicio y el mismo ni siquiera fue tenido en consideración en la sentencia. Por
prestarse a declarar el hombre perdió tres mañanas en las que su negocio
permaneció cerrado. Estoy seguro que la próxima vez que se vea en una situación
parecida dirá que el no vio ni escuchó nada.
Con esto no quiero criticar a los que se comprometen, se
movilizan y luchan contra las injusticias, que gozan de mi apoyo y mi respeto.
Pero no pueden exigir del resto la misma actuación u opinión, ni insultar o
maldecir sin motivo a quienes no comparten sus ideales o inquietudes. Hay
personas que infringen las leyes y otros que las cumplen. Hay personas e instituciones
encargadas de velar por la salud y seguridad de todos, organizaciones de apoyo
a los desfavorecidos, un sistema democrático de elección de nuestros
representantes y unas normas cívicas de comportamiento que nos ayudan a
convivir. Ir más allá en la exigencia de responsabilidades me parece, cuanto menos, injusto.